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Mundaka, Basque Country | 2014 |
Impacta y entristece ver adultos jóvenes que cuando hablan de su vida, no dicen nada. Cuando les preguntas sobre las experiencias de su vida, aquellas experiencias que configuran y fundamentan la vida, se limitan a contar anécdotas y algunos ni eso. Hay dos formas de vivir y de estar en la vida: se puede pasar por la vida, o entrar y calar en ella. Los primeros son los que cómo mucho cuentan anécdotas, pero poco han aprendido de ella y poco se han enriquecido. Los segundos son los que realmente adquieren sabiduría y da gusto hablar y oírles porque proyectan un conocimiento propio del que realmente sabe lo que es vivir.
Vivimos deprisa, sí; pero, en verdad todos nos paramos cuando de alguna forma oímos a quien realmente transmite vida porque en verdad todos necesitamos de ello. Esto lo hemos constatado más de una vez: ese profesor que no aburre porque transmite algo más que lo leído, ese amigo al que realmente te gusta escuchar porque comunica y sabe de lo que habla. Todos tenemos alguna experiencia de estas. Cierto que no abunda mucho pero cuando topamos con ello nos gusta. En verdad este tipo de personas son "la sal de la tierra". Han conseguido ser personas con carisma propio, han sabido tocar los fondos y sacar conclusiones determinantes. Es un perfil de persona profunda, sencilla, consciente, serenos, con jugo y savia. Conocen la parte rosa de la vida pero también la gris. Degustan de lo pequeño y lo valoran. Saben enfrentarse a los retos y desafiarlos con serenidad. No evitan el sufrimiento sino que aprenden de él.
Yo tuve una experiencia que me enriqueció y determinó mucho. Recuerdo que recién estrenada mi carrera, me llamaron para impartir un curso de psicología en la facultad de medicina. Eramos un gran elenco de profesionales. Todos médicos, yo la única psicólogo. Me enviaron el horario, acudí a la hora y lugar con puntualidad, busqué el aula, abrí la puerta y no había acabado el doctor que impartía. Yo, muchacha joven, vitalista y entusiasta cerré la puerta y me dije; "este viejo no ha acabado, espero fuera". Acabó y entré. Cual fue mi sorpresa ya que él no se fue sino que se quedó a escucharme junto con su mujer. Yo, casi molesta porque no se iba. Mi sorpresa aumentó cuando vi que cogía apuntes de lo que yo decía. Acabé la clase y vino a felicitarme diciéndome cosas muy interesantes. Constaté que sabía más que yo. Sin embargo, insistía en que le había encantado y me auguraba un futuro profesional muy grande. Salimos de la clase, vino el director del curso, que también era médico y cuando este señor mayor le comunicó que me había escuchado y que estaba interesado en que fuera a su ciudad a impartir unos cursos (cosa que se materializó más adelante), me cogió el director y me sacó del grupo para decirme; Montse no sabes lo que hoy te está ocurriendo. Este hombre es un genio, es una eminencia en Medicina, es catedrático, Doctor Honoris Causa, es la sabiduría personificada, ... Fuimos a cenar. Y sí, era una persona sabia pero no sólo por lo que medicina le había aportado sino por lo que él había aprovechado la vida, ya que la vivió en un constante aprendizaje.
Si, finalmente fui a impartir a su ciudad y así pude conocerle y, degustarle, aún más. Este hombre era la "sal de la tierra". Aprendí mucho de él. Tuvimos relación hasta que falleció. Me dio una de las mejores lecciones de vida que me marcaron positivamente y para siempre. Entre otras cosas aprendí que el verdadero intelectual es consciente de lo poco que sabe, por eso es tan humilde y sencillo. Pero el perfil de su personalidad era, sencillamente mágica, atraía como un imán atrae al hierro. Podías estar con él días enteros y no te cansabas de escucharle, jamás hablaba de medicina en estos encuentros informales, hablaba del vivir y del existir. Hablaba de la vida y de lo vivido.
Este mundo funcionaria mucho mejor si hubiera más personas así. Los necesitamos para no ir hacia el vacío y el caos. Son: la alternativa.
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