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Mano blanca | Gasteiz, 2018 |
Hace tiempo que no puedo evitar preguntarme si realmente importa mucho la vida del otro.
Es muy enriquecedor llevar muchos años de experiencia profesional. Esta realidad me ha permitido constatar los cambios sociales y generacionales. Pasamos de una época muy romántica, muy sentimental, donde ante todo se priorizaba el sentimiento por encima de todo raciocinio y lógica.
La utopía, el idealismo, el deseo de cambiar el mundo, el altruismo, la entrega, la ayuda al otro... era el "leitmotiv" de los jóvenes y no tan jóvenes. Pero se produjo un cambio que pude constatarse experiencialmente. Los nuevos jóvenes muy preparados intelectualmente criticaban a sus antecesores de sentimentalistas. Ya no se llevaba el llorar la muerte de un ser querido. Se autocontralaban las emociones e imperaba la lógica y la realidad. Comenzó la era de frases como: "Esto es lo que hay", "le ha tocado", "la vida continua", "es su problema", "mala suerte", "que cada palo aguante su vela" y así sucesivamente. Poco poco se fue desvirtuando todo aquello que implica empatía, vínculo, afán de bien etc... el ego ganó protagonismo. La conversación cara a cara, el encuentro con el otro ha ido perdiendo fuerza. Hoy estamos mas en contacto que nunca pero al mismo tiempo más desvinculados también. Todo esto ha sido un largo proceso.
Existe incluso corrientes ideológicas que cuestionan mucho el valor que se ha hecho de la vida humana. Es decir hacer centro del mundo al hombre, la persona. No tengo muy claro las causas primeras, es posible que sea un cúmulo de causas pero lo que sí sé es que hoy la vida del otro importa cada vez menos. Y a esto se le denomina "deshumanización".
Quizás por eso oímos y asistimos a atrocidades cada vez mayores: Las guerras no desaparecen, los terroristas tampoco, la pobreza, la marginación, las violaciones, agresiones de todo tipo. Y no hace falta padecer una psicopatía o neuropatía o una psicosis para llegar a esta situación.
Creo que es necesario volver a la reflexión, al acto consciente de que la lluvia que cae del cielo nos pertenece a todos y que el sol sale para todos. Que nadie es suficiente para sí mismo. No cabe otra: necesitamos volver y retomar valores. Los valores son grandes hallazgos humanos. Costó lo suyo llegar ahí, a esa humanización. Fue también un gran y bello proceso. No puedo dejar de mencionar la película "En busca del fuego". En ella se refleja perfectamente la evolución más bella y humanizadora: el encuentro con el amor, de la necesidad instintiva se llegó al amor y esto fue la salvación y la posibilidad de desarrollo de pueblos y comunidades.
Desde aquí hago un llamada a madres, padres y formadores para desarrollar esa educación en valores, donde la vida del otro se vuelva a reconocer como vida propia. Donde volvamos a desvivirnos por el otro, porque amar es también desvivirse.
Socialmente, en la actualidad, ha habido una gran respuesta a la sentencia de la "manada". Gran polémica ha generado y gran protesta a la interpretación de unos jueces sobre unas leyes escritas. Estas realidades no sucederían en personas normales que tuvieran muy presente la vida del otro y la valoraran como tal. Con una educación en valores, enseñando a nuestros hijos e hijas, desde muy temprana edad, lo que moralmente es injustificable - e incluso lo que jurídicamente pudiera ser sancionable, nos estaríamos formando más para ser personas que meros sujetos.
¿Cuándo se va a entender que la sexualidad del hombre no depende de nada ni de nadie, más que de uno mismo?. Esa idea tan antigua y desfasada de que una mujer incita con su escote o su minifalda a la sexualidad del hombre es tan ofensiva, tan mediocre, tan inculta que es un insulto a la inteligencia.
La sexualidad de una mujer no depende de la bragueta del hombre, ni la sexualidad del hombre de las exuberancias de una mujer. ¡basta ya!
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