jueves, 11 de febrero de 2016

Dignidad en el morir

San Juan de Gaztelugatxe, 241 escalones | 2014
Mi queridos lectores y lectoras, ante todo pediros disculpas por mi tardanza. Mi último post fue en Navidad. No me voy a justificar pero, la verdad, es que he estado en menesteres densos, profundos y muy vinculantes. Enseguida lo entenderéis.

Este escrito va a ser un Homenaje a una persona que acaba de morir y al que he tenido el enorme privilegio de acompañar: mi querido D. Antonio. En este Homenaje incluyo a quienes os encontréis en un estado de enfermedad larga, dura, dolorosa e intuyendo que la vida termina.

D. Antonio, tuvo una larga enfermedad y a pesar de que el avance médico es muy grande no pudo superarla ni tampoco dejar de sufrir. Si, sufrió mucho. Este sufrimiento es el que hizo que estableciéramos un vínculo muy bonito, confidente. Durante el proceso habló y mucho, ... siendo él un hombre muy reservado y hermético, pero habló. Esta fue la primera etapa. La segunda etapa del proceso fueron sesiones de masajes que le ayudaban a relajarse y a mitigar el dolor, siempre acompañado de algunas palabras, las justas. Pero la fase más relevante y dura fue cuando ya no se le podía acostar. Estuvo dos meses largos en una butaca, día y noche, viendo como se le iba la vida.

D. Antonio no tenía miedo a morir. En verdad no tenía ningún miedo. Pero sujetó la vida hasta el final, muy final, respondiendo a su forma de ser y vivir. Dignidad hasta el final, lucha, esfuerzo, aguante, paciencia, tesón, esperanza. Nadie mejor que el enfermo para saber de su estado. Pero en ocasiones otros elementos o estados anímicos le llevan al engaño: cuando creía que llegaba el final, no llegaba y cuando realmente llegó creía que no. Al final la comunicación era perfecta, sin casi palabra. Me entendía a la perfección y le comprendía perfectamente. El vínculo era totalmente amoroso. Lo último que le dije : D. Antonio, ¿tiene angustia?. No, respondió con gesto sereno. Eso está bien. Ha llegado el momento de abandonarse sabiendo que nada malo va a pasar, esa es mi certeza  y también la suya. Le vamos a acostar y si siente dolor le levantamos. No hizo falta. Día y medio después murió, tranquilo y sereno. Se manifestó el milagro de la aceptación. Aceptación que, si bien estaba ya hace tiempo, su dignidad de ser le mantenía sujetando una vida que se acababa.

Estos procesos de acompañamiento terminal nos vincula a otras personas allegadas al enfermo. Son muchas horas junto a familiares que acompañan en la dureza de ver sufrir a su ser querido. En este caso he tenido el grandísimo honor de conocer a Ramón, su hermano mayor, y a su esposa, Maria Teresa. Entrañables, íntegros, profundos, sencillos, inteligentes, sacrificados, cansados pero perfectos acompañantes. Su sensibilidad, su respeto a la voluntad de su hermano, su presencia serena y su buen hacer. sin hacer ruido, sin protagonismo. Con amor. Que de eso se trata.

Aunque el hecho de nacer, vivir y morir es un acto propio y personal, nadie debe estar sólo, La presencia amorosa facilita cada paso que nos toca dar.

Mi querido D. Antonio sé que está bien. Y la huella que ha dejado en mí se la agradeceré eternamente. Ramón y Maria Teresa gracias por existir y por ser lo que sois. Sentiros gratificados porque el bien siempre es bien. Y es lo que habéis regalado.